miércoles, 28 de octubre de 2009

Salmo V

Los palitos del devenir dejan señales claras en el aire, lo llena de presagios. 28-10-09


Salmo V


Inicio del Ciclo C12

I Paso

Escucho como siembras caricias con la voz.

Aupado sobre Alcor saludo con tu mano.

–¡Buenos días amor, amor…, buenos días!–

Así me avivas la mente, me espera una nueva era.


Con tu luz desciendo, poco a poco desciendo.

Mi mundo son las tinieblas, tú las ahuyentas.

Estoy vacío de sueños, de esperanza, de coraje.

Soy un templo vacante en tiempos venideros.


Me alejo y limpio los dientes con ceniza.

Serán diamantes permanentes en la tierra.

Fuera queda la luz del sol, ya son tus ojos.

Iluminan jacarandas y el fondo del pozo.


La humedad de la noche cae sobre Alcor.

Tanina duerme en el aleteo de las hojas.

La noche me pertenece, en ella me confundo.

Me extingo, soy luciérnaga en la hierba.


Los colores del alba cantan en armonía.

Los tomo del especulo que tu alzas cada día.

Es ración en la noche, me nutre la oscuridad.

Me dispones la pitanza con rayos de luz.


Me orientas el camino hacia el lago de Turkana.

Es laguna original, allí tomo sorbos prolongados.

En el cuerpo y el espíritu palidecen sus aguas.

En el ombligo aparecen en espiral infinita.


Con las uñaras escribes sobre el vaho torvo.

Percutes suavemente el aire, él habla para mi.

Tu voz se desliza en los colores como arena.

Tienes la resonancia justa del diapasón.


Con martillos golpeas el yunque, me moldeas.

Haces retumbar la voz de la gran campana.

Aupado sobre Alcor saludo con tu mano.

Un día tras otro saludo con el brazo en alto.


Eres el demiurgo, el fundidor de los limbos.

Transformas los materiales en versos oscuros.

Devoras las llamas como cuñas de sandía.

Exhalas soplos mágicos y descansas en mi.


–¡Gracias…! Tú, que no eres nada…

Haces que el sol fecunde a las hembras.

Ya se aproxima el día de la concepción.

Junto a ella beberás la luz a sorbos llenos.

Llenarás el pecho con jazmín florido.

Los ojos de color y regocijo.


La boca de dulces besos.

Las manos de caricias amables.

Después quedamos en el desamparo.

Ahítos, entre titubeos abandonados.

Es una historia que conocemos bien.

¡Nadie puede cambiar lo inexorable! –