lunes, 1 de marzo de 2010

El corredor

Con alegría nos dices buenos días. 1-3-10

El corredor

Con aquel bramar desgarrado parecía que iba a desplomarse de un momento a otro. Respiraba jadeante, con apuros, mejor dicho, resoplaba con gran estrépito de viento en el pecho. El aliento era una pausa terminal y salía de la boca pronunciando una sinfonía agónica y mortecina. Llevaba un pañuelo rojo atado en la cabeza, mojado de sudor y mal colocado, la espalda también era un humedal y las piernas parecían dudar en si dar o no un paso más. Resoplaba sin cesar, arrojaba espumarajos por la boca y eran claros los signos de agotamiento. Aunque sus brazos eran fuertes, briosos y se movían con ritmo marcial, los síntomas eran claros, supuse que se desplomaría al dar unos cuantos pasos más, ¡estaba anunciado!

Como decía, todo aparecía escrito en los tonos rojizos del cielo, en la brisa que subía del mar y en el silencio clamoroso de los árboles; la muerte llega en ocasiones con gran estrépito, otras en el más absoluto silencio de la noche. También me pregunté, sin respuesta alguna, cómo un ser en su sano juicio podía hacerle eso a un corazón ya viejo y gastado, se veía a las claras que era un esfuerzo innecesario… quizá era un...

Pasó rozando Alcor mientras yo hacía reverencias al cielo con un palo entre las piernas.
Era uno de los pasos que necesitaba de mayor concentración y no quise detenerme por la irrupción de aquel corredor inoportuno.
En aquel momento pensé (si es que pensé algo) que después podría auxiliarle con todas las atenciones, todavía no había caído y podía llevarme un chasco si me precipitaba en dar un auxilio innecesario.

La situación era cómica para los dos, el pobre hombre iba a terminar sus días agotado por hacer un poco de "salud al aire libre" y yo pretendía renacer lanzando esperma imaginario a los estribos del cielo.

¿Cómico, no?
Si podéis; retened esta imagen en la memoria, ¡es de recordatorio…!

No dijo nada y pasó como agua de fregadero. Creo que no me vio, siguió sus pasos cansinos, su respiración terminal, su balanceo mortal y se perdió en la espesura de la pineda. Al tiempo vi a lo lejos un cuerpo menudo que seguía renqueante, los mismos movimientos, el mismo trasiego terminal, el mismo jadear…
Me fui a casa con remordimientos, no podía quitármelo de la cabeza. Aquella noche no dormí pensando en mi falta de sensibilidad y humanismo; ¡podía haber evitado su muerte y no lo hice!
Al otro día compre el diario con la convicción de que leería en grandes titulares.

“Encuentran muerto a un hombre en los pinares de Loreto”

Abrí con cuidado página a página y no encontré nada…no obstante, cada día escucho sus jadeos al despuntar el alba.

Es un murmullo leve, casi imperceptible, una letanía que ha quedado enganchada al oído; ¡me angustia y no puedo evitarlo!